El regalo de Reyes

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Hace días estrenábamos un año nuevo una vez más. Como casi siempre, dejando aparte la ilusión que genera comenzar algo, algunas solemos reflexionar sobre lo que hay con el fin de encarar el gran desafío que tenemos delante. Se trataría de la necesidad de cambiar nuestro modo de avanzar aplicando la inteligencia, dejando de confundir el progreso de una sociedad con el PIB de un país.

En esa línea de pensamiento siento una sana envidia e incluso una motivación tremenda al ver otros lugares del mundo innovadores como, por ejemplo, y aunque suene extraño decirlo, la selva pluvial de Sri Lanka. Este lugar que merece la pena conocer cuenta con un complejo turístico eco sostenible que además ha permitido el desarrollo de comunidades familiares en la zona compaginando las plantaciones de té, de gran impacto sobre la selva, con la protección del ecosistema, pasando por la puesta en valor de los productos locales y el aprovechamiento circular de los recursos naturales. Sencillamente impresionante.

Sin embargo, volviendo a este presente y leyendo las historias de por aquí, penetrando en los mensajes que de cara al año nuevo se lanzan entre salvadores y beatíficos por los mismos seres ungidos habituales, una se da cuenta de que no se ha avanzado en el enfoque sobre el desarrollo insostenible que rodea al ecosistema Mar Menor. Es como si, una vez comprendidos cuáles son los cambios necesarios a acometer, se haya decidido no hacer ninguno, haciendo ver que hacen lo que han decidido no hacer. Impresionante también este retroceso nuestro.

Resulta que uno de los pilares del desarrollo sostenible que se ha obviado en esta película local entre el terror y el alcanfor es el de la comunidad asentada en las orillas del Mar Menor. En esos otros lugares del mundo más pobres en cuanto a PIB, pero infinitamente ricos en cuanto a sobrevivir y reinventarse, se ha logrado el asentamiento de unidades familiares para hacer comunidad local invirtiendo en su educación en sostenibilidad respecto al entorno en el que viven, con el fin de que se responsabilicen y reciclen sus residuos. Y así, comunidades de personas forman parte de un todo porque son piezas imprescindibles para cerrar el ciclo. Esto sí que es economía circular y no las tonterías que promulgan los de PIB. Decía el responsable del complejo que el agua que toman debe ser devuelta a la naturaleza al menos en el mismo estado en el que se recibe. Yo a estas alturas ya lloraba, por no atizar a más de uno de los iluminados de por aquí mientras tenía sobe mí en relucientes neones, escritos infinitos “¿por qué?”.

Me vino a la cabeza que mientras las personas con esperanza estamos haciendo la carta a los Reyes Magos, el Mar Menor ha tenido un regalo anticipado entre Nochebuena y Nochevieja: un Decreto Ley elegido de forma unilateral de un gusto pésimo hasta en su envoltorio. Esto es como esas personas que regalan según sus gustos en lugar de regalar en base a la persona que recibe el obsequio y los suyos. De esas que son capaces de regalar embutidos de cerdo a un musulmán, un pijama de franela a quien duerme desnudo, una figura espantosa imposible de ubicar, un vestido tres tallas más pequeño y todo ello, sin ticket regalo. Y no solo eso, resulta que el documento, una vez analizado para intentar rescatar algo positivo, tiene tal cantidad de segunda intención que más de uno hemos ido corriendo a mirarnos a un espejo para ver si tenemos cara de tontos.

Ni oro, ni incienso, ni mirra, a los marmenorenses nos traen un Decreto Ley tan descafeinado como publicitado. A la controlada urticaria del sector agrario, que a fin de cuentas consigue quitarse el otro Decreto Ley de medidas urgentes, se le une la laguna urbanística y la ordenación de un territorio que amenaza con ser el mayor enigma de la Historia, junto a la caída libre del comercio local. Sin embargo, nada comparable con lo que va a suceder con el turismo vinculado al Mar Menor, otra de las áreas sujeta al obsoletismo del PIB y su escaparatismo decimonónico de floreros insostenibles. Los revertidos en Reyes Magos sin gracia, cuyo GPS ha perdido claramente la señal, ya no ven ni el Faro de Cabo de Palos, y así es imposible acertar con los regalos que han escrito en sus cartas el Mar Menor y sus personas.