El pecado ecológico

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Quizá sea porque en otoño y con la entrada del primer frío, tiendo a tener espacios de reflexión más profundos. Quizá se trate de que se ha dicho tanto sobre el Mar Menor desde todos los prismas y se sigue ejecutando tan poco, que resulta necesario inspirar. Quizá solo sea que es lo que fluye y pasa ante una como las bandadas de pájaros al atardecer mientras se prepara cerca una cumbre mundial sobre el clima y todo el mundo corre.

El caso es que pienso que destruir la diversidad biológica y atentar contra la integridad de la Tierra es un crimen contra la Naturaleza cuyas víctimas somos nosotros mismos, entendidos como seres vivos. Vivimos hoy día desconectados del medio natural de tal modo que somos capaces de asesinarlo sin sentir nada, de manera mecánica y sistemática. Va siendo imprescindible reconfigurar la propia identidad y preguntarnos si nos identificamos más con una cinta transportadora o una máquina expendedora que con el resto de seres que palpitan.

El asunto hace unos días, de intentar incompatibilizar los objetivos de desarrollo sostenibles con el progreso de nuestro país es tan esperpéntico que solo puede llevar al absurdo existencial, en un gran salto al vacío. Creer que lo que sucede en otros países no tiene por qué afectarnos, algo así como que si muere la Amazonia solo afecta a Brasil, nos llevaría a la muerte por inanición y soledad, cuando no por podredumbre moral e ignorancia. El ser humano es un ser social, va en nuestro ADN. Una vida coherente solo puede ser una vida de respeto y cooperación con el resto de seres vivos. No hay coherencia en la ira, el resentimiento, el miedo o el confinamiento.

“No matarás”, reza el quinto mandamiento y quizá con esta base hace unos días se pronunció el Papa Francisco sobre incluir el pecado ecológico en el catecismo. ¿Se imaginan la sobresaturación del purgatorio? Nada más que en nuestra zona del ecosistema Mar Menor, sumando a Portmán y los terrenos de Zincsa, nos encontramos con un granero interminable de almas a purgar. Solo en el caso Topillo vamos ya por las 76 empresas y 192 personas declarando por impactar sobre los recursos naturales. Por si acaso falla la justicia humana, bien estaría tener el plan B de la justicia divina.

Siendo serios, la Iglesia católica, con la instauración del pecado ecológico, daría un paso de gigante y reconocería algunos de sus fundamentos. Las religiones llevan consigo un respeto y veneración por el medio que nos permite vivir, considerado como una creación por encima de nosotros mismos que cuando rozamos los límites humanos, nos deja descansar en la fe de lo divino o en el poder del Universo.

Solo así, desde la humildad y la fortaleza moral, puede construirse vida. Los atentados medioambientales lo son contra las generaciones futuras. Las prácticas irresponsables con el medio natural precisan aplicar sobre ellas el sentido elemental de la justicia. En realidad, la destrucción del mismo son crímenes contra la paz porque llevan consigo el agotamiento de los recursos y el empobrecimiento hasta la muerte de comunidades que para sobrevivir necesitan dejar su hábitat, generando conflictos de convivencia al saltar los muros y competir por los recursos. Esta situación se agrava si para salir del agujero se fomentan las ayudas a actividades económicas que siguen cometiendo pecados ecológicos. No andamos muy boyantes de dinero, pero por increíble que parezca, lo hay para subvencionar una actividad que genera pobreza en el ecosistema que la soporta.

La cooperación ciencia y religión es compleja, pero pueden encontrarse en un objetivo común; la conservación del patrimonio natural. Ambas crear conciencia y acción sobre la protección de la biodiversidad mediante la educación del capital social. El desarrollo insostenible genera nuevas formas de esclavitud y graves conflictos que necesitan de formación en valores para hacerles frente desde la prevención.

Estaría bien eso del pecado ecológico, va siendo necesario incluso. Para quienes hablan de ecosistemas agonizantes desde el desconocimiento y la ambición. Para los que piden protección de actividades que contaminan sin pagar. Para quienes se enriquecen cogiendo los recursos naturales públicos y los agotan. Para quienes atentan contra la biodiversidad y nos imponen la domesticación. Pecado ecológico para todos.

2 Comentarios

  1. En la lucha por la protección del medio ambiente no me parece bien que se atice el ardor y el sentimiento de culpa con nuevos pecados «ecológicos» provocando Ecoansiedad.

    Este sentimiento, si bien puede tener momentos álgidos como el que tenemos en este momento en el MM, por la preocupación que su gran perdida nos supondría, suponen a la larga una perdida de fuerza en el convencimiento duradero que está basado más bien en razones y conocimientos que generen sentimientos positivos.

    Bajo la mirada de nuevos puritanismos el chillerío fanático de esta Ecoansiedad es ya la nueva zanahoria y obsesión mental que empuja una vez más el carro político, que es al que se apunta la mayoría borrica o borreguil de nuestra sociedad que será defraudada una vez más.

    Esta ecoansiedad es el sentimiento de pecado a perdonar con nuevas bulas papales de los líderes milenaristas apocalípticos que aprovechan un río para hacer un océano de nuevos diluvios.

    La protección del medio ambiente es en sí un bien que tiene que ser apreciado por lo valioso que es el medio natural y no tanto por la catástrofe que supondría su perdida. Y es algo que se consigue desde el conocimiento y no el acojone borreguil del no interesado, que si aún no le importa es porque no lo conoce y no sabe cuánto se puede perder lo que ya tenemos.

    Es por tanto un problema de valoración aunque no quita para que se amplíen las protecciones y lo que sea delito se castigue mucho más de lo que se hace porque atenta contra lo que es de todos.