La catarsis

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Escupiste, incapaz de soportar su agonía cuando sabías que no podrías alimentarlos ni oxigenarlos.

Escupiste, y sobrevinieron personas absurdas diciendo y haciendo cosas absurdas. Gente que no está donde debe, que hablan de ti cuando les conviene, que apelan a una unión cuando ven que solos harán una oda a la vaciedad suprema.

La noche cae serena y mientras la luna es testigo silencioso de las muertes, alguien acaricia los cadáveres. Los cuerpos inanimados sobre el lecho de arena tras sufrir la espantosa agonía de perder la vida por asfixia. Y es curioso, porque acariciar un pez no entra en los planes de la mayoría, pero inspiraban ternura, como si la caricia pudiese pedir disculpas. Toda la orilla era un inmenso camposanto de almas, una masacre de inocentes, un campo de exterminio que tenía reflejo en las caras de espanto e impotencia de las personas.

Triste, triste como pocas veces, con un dolor que desgarra siendo muy consciente de la responsabilidad, la misma que te lleva a pensar una y otra vez que los asesinatos fueron perfectamente evitables si la honradez y la valentía hubiesen sido cualidades imperantes a la hora de proteger y cuidar el Mar Menor.

Lúcida, lúcida, lúcida y de nuevo vuelve el dolor insoportable. Tres noches de horror inimaginable siendo casi insomne mientras me asaltaban preguntas y respuestas porque nunca he conseguido tirar la toalla si se trata de algo que amo: ¿Y si no me despido de ti? En un intento de salvarte ¿Y si muero contigo? En un sacrificio inútil ¿Y si continúo a pesar de todo? Y creamos una oportunidad.

Has sido maltratado, has aguantado veladamente, dando toques de atención hasta que te ha sido imposible soportar más esa ignorancia de los grandes ignorantes que solo veían tu transparencia desde la superficial visita, perdidos como estaban en sí mismos. E incluso quizá has terminado denunciando solo porque morían tus hijos, ni siquiera por ti. Nadie te dijo cuando naciste arropado por el brazo de tierra y alimentado por tus golas, que en este mundo prosperan quienes dedican infinito tiempo a maquinar como parecer sin ser.
Quiero creer que el Cielo de tu fauna y flora es otro paraíso, sin purgatorio, sin infierno,

porque para eso ya habéis vivido en este mundo. Te he visto día a día, días después, y no dejo de maravillarme ante tu perseverancia. Continúas luchando, indómito, fiel a ti, ante todo y todos. Gigante intemporal.

Gracias, a todas las personas anónimas que han estado en el lecho de tantas muertes, las que hemos aparcado las lágrimas para ayudar y también para denunciar. Aquellas que incluso han llorado intentando devolverte la sal perdida. Aquellas que contactan ofreciendo colaborar para lo que fuese necesario desde Madrid, un taxista de San Pedro del Pinatar con una propuesta desde el corazón, voluntarios a pie de playa o sobre embarcaciones, personas que han dado ánimos, amigos que me envían fotos y vídeos compartiendo un solo sentimiento. Compañeros de lucha, de un Pacto que está impregnado del alma del Mar Menor.

Tantas luces se han encendido que es imposible tener oscuridad en el inmenso amor por tu azul mágico. La luna, tu compañera de noches hermosas riela sobre tu superficie y también te acaricia mientras recoge a los hijos caídos de su mar para intentar vivir un nuevo día.