La Manga, una ventana y un patio

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Vista aérea de la ya desaparecida Casa Rubio en la Gola de Marchamalo de La Manga / DLM

Cada uno de nosotros cuando buscamos una vivienda, un hogar, incluso un lugar donde pasar una noche, nos fijamos en muchos distintos parámetros, unas determinadas prioridades, el precio, el lugar, la ubicación, el tamaño de nuestra unidad familiar o de convivencia y a partir de ahí, un montón de elecciones muy personales y curiosas.

Pero en igualdad de muchos de estos criterios básicos, nuestra elección será subjetiva y cuando tienes que elegir o preguntas a nuestro entorno encuentras respuestas muy poco racionales y muy diversos.

Reconozco que mi instinto personal es la luz, por lo tanto las ventanas, o como dice el diccionario, “portillo, tragaluz, ventano, abertura, ventanilla, ventanal, claraboya, cristalera, tronera, mirador, rosetón, vidriera, vano”.

Esa dicotomía o dualidad entre buscar un cobijo y al mismo tiempo relacionarme con el exterior, con el paisaje, con el entorno y el escenario que me rodea.

Mi estado de ánimo cambia, dependiendo de esa luz o de ese paisaje. Como si fuera la música que me acompaña, que está presente, aunque no sea solo como acompañamiento, sin ser el protagonista o el centro de mi actividad de un momento determinado.

Es una presencia, solo su existencia la que toma protagonismo. Recuerdo a mi padre reflexionando durante mucho tiempo, mucho más que el que todos nos tomamos, eligiendo el marco para un cuadro.

Lo acompañaba a Sala Macarrón en Madrid y buscar materiales, texturas, dimensiones, cristales y todo tipo de delicadezas para enmarcar un cuadro, pensando en donde iría colocado, desde donde lo vería, si sentado, si estaría en un pasillo, o lo vería desde cerca o de lejos, y evidentemente sus dimensiones.

Reconozco aburrirme en esas visitas y escuchar sus explicaciones con más cansancio que atención.

Como muchas cosas de la vida, no descubres las buenas lecciones mucho después, quizás por la edad, quizás por las experiencias o por la reflexión personal y la seguridad que siempre había una razón para esa dedicación y ese tiempo de dedicación empleado por mi padre a algo aparentemente tan banal.

Después de visitar tanta arquitectura a lo largo de los años, de todo tipo de arquitecturas, soy como los aficionados a los coches o a los restaurantes, que soy muy obsesiva en lo que miro más que en lo que veo, y donde unos ven automóviles, y otros escaparates, yo veo edificios.

Y quiera o no termino fijándome en las ventanas, en esos ojos que nos miran, o que miramos.

Desde el exterior te sientes observado algunas veces y desde el interior, un espectador ante una pantalla de cine o para los más jóvenes una pantalla de ordenador.

Y fijémonos en que cuando nos quieren vender alguno de estas cosas, sus dimensiones cambian el precio, además de su calidad y la naturalidad de imágenes.

Con las ventanas nos pasa algo parecido, queremos ver, y no ser vistos, hasta ser algo parecido a “La Ventana Indiscreta” del gran Alfred Hitchcock.

Y con el tiempo aprendí que los arquitectos se definen muchas veces por sus ventanas y sus recorridos.

Y aprendí a saber ver también cómo se enmarcan, cómo llegamos a ellas y no solo lo que se ve desde el interior o el exterior. Profundizar en todos los misterios que conllevan, desde lo que enfocan, lo que esconden, lo que te dejan ver y lo que te ocultan.

La forma que tienen, las dimensiones, y lo que enmarcan y cómo están enmarcadas.
Recuerdo un texto maravilloso de Aitana Alberti, la hija del poeta relatando en un texto extraordinario, tierno y dulce como ella, sus ventanas de niñez el “la Gallarda” la casa de sus padres en Punta Ballena en Uruguay, que ni padre le había hecho las ventanas muy bajas, para que ella, una niña entonces pudiera jugar, entrar y salir libremente en sus vacaciones, narrándolo muchas décadas después y oír las llamadas de su madre, María Teresa León, habiendo sonar una gran campana de broce de un barco regalada por Pablo Neruda para ir a cenar.

Yo recuerdo de mis veranos en La Manga, en la Casa Rubio, La Gola, jugando entre patios, interiores y exteriores al escondite, los equívocos, entre las ventanas y las puertas, sin saber mucho si estabas en un espacio cobijado o abierto.

Cuando veo los planos de esa casa desaparecida ya y solo existente en nuestra memoria, me gustaría pintarlos de verde y blanco o de color tierra para que la gente pueda ver ese juego de cubierto, descubierto, espacio abierto o cerrado, tan mediterráneo, tan meridional, donde el clima solía ser benévolo, y como definir los espacios, cuando no tienen una definición más allá de los que sentimos en ellos. No los definen si hay techo, si hay pareces, si hay pavimento, lo definen como los sentimos nosotros, como los vivimos y como los habitamos.

Y como en la buena arquitectura, nosotros volvemos a ser los protagonistas.
#SosMarMenor

2 Comentarios

  1. Es una maravilla poder leer esa visión de hogar y poder conocer las obras de vuestro padre . Cada día más y más crece un interés por su obra . La visión que tenía de urbanismo respetando los espacios naturales y su mimetismo con el entorno . Ahora entiendo muchas cosas