La Manga y el respeto

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Victoria junto a Rafael Alberti y su padre, Antonio Bonet / DLM

Muchas veces recuerdo con mucho cariño mis paseos con mi padre, por la orilla del mar, en las playas de La Manga.

Eran paseos largos, silenciosos, sabias que miraba, observaba, y reflexionaba. Pero el hecho de que me dejara acompañarlo por la playa, sin hacer ruido me llenaban de serenidad. Si hacía mucho calor, simplemente me dejaba mojar por el agua, me dejaba llevar por las olas, y nadaba paralelamente a él.

Eran paseos llenos de intimidad, de complicidad, conociendo nuestros ritos, nuestras rarezas personales.

Él sabia y algunas veces le acompañaba en esos largos baños en el mar, en la mar, que nos limpiaban, nos purificaban de las rigideces o angustias del día.

Solíamos elegir al final de la tarde, cuando llegaba de trabajar y antes de “vestirnos” para cenar.

Esos baños eran también en sí mismos un rito, era como una sanación o un encuentro con el equilibrio del día.

Salías renacida de esas aguas y con una sensación de relajación y renovación y regeneración salvadora.

La búsqueda de sensaciones en el Mar Menor lo elegíamos al final de la primavera o al principio del verano, por su temperatura más cálida y por la serenidad de sus aguas aportaba equilibrio al día.

Cuando en la vida tenemos o descubrimos sensaciones que nos golpean la vida, que nos emocionan, por lo menos a mí, me gusta, o quisiera repetirlos una y otra vez, y con mis seres queridos. Compartirlos, con aquellos que crees que sin demasiadas explicaciones, sino solo por compartir, es uno de mis sueños dorados.

La Belleza, la armonía de un lugar, de una música, de una película, de un libro o de un espacio es un lujo cuando puedes compartirlo con el misterio que da las complicidades sin explicaciones.

La vida te regala momentos mágicos, que me gustaría saber describir, transmitir o relatar.
Otros saben hacerlo, y a sus palabras me acojo…

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar?

En sueños la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste acá?
Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera;
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!

(Rafael Alberti, Marinero en tierra)

Yo sabía que en nuestros paseos mi padre hacia observaciones prácticamente científicas de todo lo que nos rodeaba, hacía de naturalista observando las costumbres de una especie de animales, desde la lejanía, sin su influencia, como un atento detective de la vida, un mirón de los gestos y ritos de las personas o de los paisajes.

Junto a sus planos hay anotaciones de que plantas, cuantas y de que especie quiere que se planten, no solo de su ubicación o diseño, sino de su mantenimiento, su volumen o altura futuras, esto siempre decía haberlo aprendido del gran Arquitecto brasileño Roberto Burle Marx, naturalista, y que tomó como un maestro y referente en la transformación o creación de sus propios paisajes.

Buscar los árboles mas autóctononos, las plantas o arbustos que más se adaptaran al lugar, y que al final hubiera que poner aquello tan terrible en un jardín de “prohibido pisar el césped”

“Quizás en el Mediterráneo tengamos que olvidarnos de los jardines ingleses o nórdicos y volvamos a los jardines verdes por los árboles y que no haya que mantener con un agua que no tengamos”

Estas palabras están recogidas de una entrevista en Radio Barcelona, en una tertulia sobre Urbanismo que, como conductor del programa, estaba el gran Federico Gallo.

Cuando yo le enseñaba alguna planta en mi propia casa, me preguntaba siempre cómo sería cuando crezca.

Y como a mí misma, le gustaba dirigirlas, enfocarlas o ubicarlas correctamente para que fueran creciendo correctamente, pero sin forzarlas, buscando en ellas lo mejor, resaltando sus virtudes o sus ocultando sus fealdades, pero convirtiéndolas en cómplices de su arquitectura.

Sabía que la naturaleza por definición está viva, es cambiante, y que hay que apoyarse en ella, hacerla tu colaborador y participe del resultado, es un elemento más, pero está vivo, y solo por eso merece un respeto, y hay que elegirlo con la consideración correspondiente.
Y sé, soy consciente de que me enseñó a amar el espacio, la arquitectura, la armonía y la música de la vida.

Espero volver a poderme bañar en las aguas del Mar Menor con esa sensación de magia que nos da el Mar, la Mar, poder compartirlo en silencio con mis amores, y sentirme tan bien, tan poco invasora o culpable con mi presencia para romper encantos, como cuando acompañaba a mi padre.

#SosMarMenor

5 Comentarios

  1. El Mar, la Mar, amar …
    A la par de esas sensaciones vividas y compartidas que tan bien nos relatas, nuestra añoranza quiere revivirlas, pero en los recuerdos flotan las aguas del olvido y sólo los mares nos permiten navegar tan lejos.
    Esos mares de la Manga que incluso en la decadencia nos refrescan la memoria por su atemperada bienvenida a la placentera vida.
    Esa sencilla vida tan natural que nos cuesta tanto encontrar entre tanto sentido artificial que nos pierde y que nos lía.
    Y sólo nos queda decir El Mar, la Mar,…, como un lamento, anhelo del simple vivir, amar,… que se nos hace tan complicado en tierra adentro.