El plan y la realidad (I)

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Un plan de Urbanización de una zona, por grande o pequeña que sea la superficie a plantear, es para un arquitecto un gran sueño.

Es decidir, elegir, convencer, discutir, defender y plantear algo tan básico pero fundamental cómo se van a mover por el espacio tus conciudadanos, cómo va a ser sus gestos cotidianos, si van a tener cerca la carretera o solo una vía de acceso, si tendrán que caminar por el sol o la sombra, si tendrán el médico, la farmacia, el colegio, un parque o la playa cerca para ir paseando o tendrán que subirse a un coche.

Si generamos más tráfico, centralizando las compras en grandes superficies para abaratar precios, si fomentamos comercios más pequeños pero más próximos al consumidor.
Cuántos edificios altos podemos construir sin que afecten la vista, el sol, el espacio necesario a otro.

Si el abaratar costos edificando un mismo modelo de vivienda una y otra vez hasta casi el infinito no degrada la calidad de vida individual de cada uno de nosotros.

Cuántos coches hay que calcular para cada vivienda y dónde los aparcamos, qué prioridades de circulación aplicamos, la peatonal o la automovilística. Planteamos así mismo vías para bicicletas y patinetes eléctricos cerca de la vía peatonal o es más seguro cerca de los coches. Cada cuántos metros o kilómetros hay que plantear farmacias, colegios, centros para mayores, centros vecinales, o cuántos servicios creamos necesarios en nuestro entorno.

Decidimos si somos una comunidad de servicios turísticos o para los habitantes permanentes y en qué proporción. Y sus necesidades evidentemente cambiarán dependiendo de las edades mayoritarias que tenga nuestra comunidad, sus ingresos y sus trabajos.

Es una responsabilidad enorme, unas decisiones sobre las prioridades de una pequeña o gran comunidad, y de cómo quieres tú y ellos que sea su vida cotidiana.

Eso implica conjurar muchos intereses contrapuestos algunas veces, la del ciudadano, la del propietario, la de los poderes políticos, la de la supervivencia del entorno medioambiental, la sostenibilidad del proyecto energéticamente, y la suma de todos ellos como habitantes y vividores de un entorno.

Todas esas decisiones, además, son una suma de necesidades diferentes y con prioridades muy distintas.

Mi padre se enfrentó a su primer reto como urbanista muy joven, con poco más de treinta años y con todo su bagaje educacional de los movimientos modernos de la época. La Escuela de la Bauhaus y Le Corbusier en su cabeza.

El proyecto era tan maravilloso, tan excepcional que le marcó toda la vida. Era hacer habitable una finca privada en Uruguay, Punta Ballena, de 1.500 hectáreas, en un bosque, una sierra y un lago. La finca era de Antonio Lussich, todo un personaje increíble, que plantó un bosque, con árboles, arbustos y plantas de muchos lugares del mundo, por lejanos que fueran, por sus negocios como naviero en lugares muy remotos, a principios del Siglo XX, y en los años 40, sus hijas y herederas, se plantearon cómo protegerlo para el futuro, haciéndolo compatible con habitarlo por el hombre.

Ese fue el reto para el arquitecto, convertir un paraíso compatible con el hombre.
Era tan inhóspito, que mis padres vivieron en una cabaña de caza, sin calefacción, ningún teléfono, poca agua corriente y muy aislada. Pero fue su paraíso.

Hubo que construir todo un poblado para los 1.600 obreros que vinieron a trabajar, sus viviendas, tiendas, seguridad, y ocio.

Hacer carreteras intentando salvar la mayor parte de los arboles posibles, marcando uno a uno con pintura los arboles a cortar, y esa madera utilizarla para construir puentes para los viandantes sobre los coches y que jamás tu paseo se viera interrumpido por la circulación de coches. Que los accesos a la playa para el hombre fuera siempre la más cómoda y corta, y fueran los coches los que se desviaran.

Allí con sus primeros ingresos y algún trueque se construyeron su primera casa, La Rinconada, bautizándola con el nombre de la playa a sus pies.

Su paz como creador quedo truncada cuando sus criterios como urbanista chocaron repetidamente con parte de la propiedad, solo una pequeña parte, y decidieron irse a vivir y trabajar otra vez a Buenos Aires aunque siguieron siendo propietarios de La Rinconada.

Siempre me recordó mi padre, que gracias a ese “fracaso”, creció como urbanista, como arquitecto y como persona. Él creía que si todo hubiera sido perfecto, sin tremendas dificultades, se hubiera acomodado en ese paraíso, donde se cuidó todo al milímetro y donde se intentó que la huella del hombre fuera para mejorar y perfeccionar lo natural. Desde crear un bosque, el “Arboretum Lussich”, imprescindible paseo para la serenidad y las viviendas y hoteles escondidos entre los árboles y las dunas.

4 Comentarios

  1. Tienes razón. Era virgen. Era una finca de 1500 hectareas de uso particular, con unos gastos de mantenimiento que no eran posible mantener por las herederas,en mitad de una guerra mundial y con prioridades en el Pais de Uruguay muy graves, y solo pensaron en maneras de mantenerlo abierto al publico, como sigue ahora 80 años despues, considerado uno de los paraisos naturales mejores de todo sudamerica, con visitantes muy concienciados con la naturaleza, con normas muy extricatas para la comunidad de vecinos,, sin muros entre las propiedades y dispustos a mantener pecunariamente todos los gastos de mantenimiento. El «Arboretum Lussich» es visitado por miles de turistas amantes de la naturaleza, estudiantes y colegiales. Te animo a que lo visites.

  2. Muy interesante reflexión de dos capítulos. Su título «el plan y la realidad» ya nos augura la dificultades del arte de la arquitectura y el urbanismo para llevarse a cabo.

    Todos nos creemos con derecho a la opinión sin respeto a la profesión. Es como si la inmensidad de legiones de entrenadores de futbol o de directores de cine, se hubieran hartado de sus ruedas de hámster, y vieran una oportunidad para opinar en algo que claramente si que les va influir en su cotidianeidad y en sus ruedas de molino.

    También es justo decir que la arquitectura a veces quiere imponer sus criterios, que en algunos casos vienen determinados por la moda o la corriente artistica de turno, y se escucha o se empatiza poco con las necesidades. Luego es preciso de igual forma, equilibrar planteamientos de actualidad con los que se vislumbran para el futuro.

    En definitiva todo un juego de malabares que se infravalora facilmente también por la mayoría de supuestos progresistas, seguidores de Roseau sin saber quién era, y que ladran en contra del urbanismo que es la base del progreso . Esos perros del hortelano que ni comen ni dejan y que si por ellos fuera intervenían hasta el respirar.

    Facilmente presuponen temerariamente que cualquier acción del hombre supone la devastación de la naturaleza, la esclavitud de sus trabajadores y cómo no, su superiordidad moral para juzgar.

  3. La experiencia nos demuestra que no siempre la mano del hombre es destructora, algunas veces mejora, y sobre todo hace compatible el habitar con el convivir correctamente con la naturaleza y hace posible el mantenimiento económico de ciertos lugares, que sin ninguna intervención irían también degradándose. Supongo que como toda obra humana el problema es el correcto equilibrio entre el ser sostenible y ser habitado. Pero hoy sabemos que es posible, que la mano del hombre controladamente puede ser correcta, incluso necesaria. Pero los habitantes, los ciudadanos tenemos que ser vigilantes, ser también nosotros responsables y no culpar a las administraciones de las acciones negativas. Todo poder tiene que tener un contrapoder, informarnos, y ser partícipes de las soluciones posibles.