
Nos enseñamos a amar
cambiando de sitios, buscando
entre las luces y los anhelos de la realidad,
y siempre con océanos de vibraciones,
que nos embriagan de apego a la vida y al prójimo.
Las tendencias hacia los orígenes
nos enseñan a cabalgar por senderos luminosos
que nos procuran la divinidad de una cala murciana,
que brinda una eterna primavera.
Desde esta posición te pienso,
te pienso mucho,
y te subrayo.
Suena el fulgor interior.
Viaja, sí, tú, conmigo,
y verás que el mundo
no tiene fin.
Si algo he aprendido
es que el cariño
no conoce límites.
Es más:
las fronteras en la dimensión contemporánea
son tan artificiosas
que, por definición,
en la Naturaleza de las cosas,
solo las ubicamos,
los humanos, en una franca sencillez.
Son un gran error, esas líneas.
Las vallas están
únicamente en nuestros ojos.
Apostemos de verdad
por libres extensiones.
El mar, así considerado,
es el ejemplo de una ingente nación
donde lo que importa es movernos
con independencia y frescura,
en un renovado acontecer,
con una historia preciosa y llena de justificación.
Es, ese mar, sí, madre y padre,
espíritu y certeza, sosiego y tempestad,
imagen y sonido, tacto y olor,
y, sobre todo, ansia y llegada
a una comunión, a un gran altar, a todo.
Confío en que a vosotros
también os lleguen sus reflejos, sus timbres y sus aromas.
Ya me diréis.
Juan Tomás Frutos.