Papel mojado

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En la ribera del Mar Menor predomina el marrón. En imágenes, testimonios, peticiones. En escuelas, calles, casas. En el mar sin playa por unos días, en las ramblas y sus cauces alterados. Priorizamos la vuelta a la normalidad y el ayudar donde sea necesario. Se siente demasiado trabajo y dolor para prestar atención a lo que cuentan. No nos quedan lágrimas con las que añadir elemento líquido al desastre, dada la magnitud de una situación anunciada. Nos acostumbramos al sufrimiento cuando no deberíamos si es injustificado o sucede con demasiada frecuencia, demasiada dejadez y demasiados errores reiterados.

La impotencia y la resignación hacen su presencia arropadas por el agotamiento, pero también el coraje y la empatía se suceden como ese ungüento que pretende aliviar el dolor y promover la recuperación. España es solidaria cuando su pueblo se da cuenta de que depende de sí mismo.

La primera vez de algo que daña puede excusarse, en este caso con la imposibilidad de contener a la Naturaleza en un reconocimiento tardío a su poder sobre cualquier ser vivo, pero no las siguientes. Son muchas las voces de expertos y de personas con sentido común, que claman por un cambio en las políticas que diseñan crecimientos económicos insostenibles. Bien sea por el urbanismo sin pies ni cabeza, la agricultura intensiva de aniquilación orográfica del terreno, las infraestructuras colocadas donde rinden más en el balance económico de sus responsables o en tantos estudios, informes o autorizaciones enrevesados como un vodevil palaciego. Sin embargo, las leyes de Naturaleza no son diseñadas desde ese vil metal, y solo funcionan para permitir vivir en equilibrio.

En esta catástrofe se ha olvidado de contar con las personas porque cuando sobreviene la invasión a gran escala del capitalismo despiadado se pierde la voz del pueblo y su sentido común. Esa voz queda ahogada y enterrada en este lodo. Las poblaciones que hoy nos acogen, sus núcleos urbanos, son el resultado de una estrategia de supervivencia cuando lo que primaba era el conocimiento del medio natural y la adaptación al mismo gracias a nuestra inteligencia, y no al revés. El revés en la Naturaleza que nos acoge, nos lleva a nuestra aniquilación como especie disonante. Es tan sencillo y tan valioso como saber que nuestros antepasados erigieron las poblaciones en zonas no inundables tras observar los cauces naturales del agua. A nadie se le ocurrió levantar la casa, el parque, la urbanización, el parking o el campo de golf encima de una rambla, como ahora. Mucho menos pensaron en desviar todas las ramblas y salidas naturales del agua para crear ahí su núcleo de población. Sabían que era indómita y respetaban su poder tanto como agradecían su sustento. La información con la que contaban no venía de comités de expertos, sino de vivir día a día en un contexto de integración, de cohabitar con otras especies y con el medio natural.

Quizá no fuese todo perfecto, como no lo es ahora, pero es importante atesorar conocimiento válido en lugar de obviarlo o sustituirlo por interés particular. Veo lugares míos anegados simple y llanamente por un pésimo diseño del desarrollo urbano, sin más, o una destrucción de la estructura del suelo. Lugares que antes no se inundaban, lugares nuevos que también se inundan. La culpa es de la gota fría para quienes no desean mover un dedo por las personas y su sentido común. Quizá hay mutaciones en humanos que los ha hecho perder el gen responsable de su supervivencia. Ahora hacen falta medios económicos en cantidades brutales, las reservas que hay para paliar catástrofes serán insuficientes. Pero, sobre todo, necesitaremos reponerlas mientras no se tomen medidas en origen que nos permitan diseñar un modelo de desarrollo sostenible para nosotros y el resto del mundo.

En Los Alcázares hablamos de la misma o peor situación en un breve espacio de tiempo. Sabemos que la gota fría, DANA o demás, volverán cíclicamente. ¿Cuáles son las medidas que se tomarán? Lo primero, restaurar personas, familias, hogares, pequeños y medianos negocios que son el único sustento, luego los lugares públicos comunes y así llegamos a las infraestructuras y despropósitos que son causa y efecto. Estos, ¿van a repararse con fondos públicos para que continúen haciendo de barrera y desvío de las aguas de sus cauces naturales? ¿se van a reconstruir parques, viviendas y demás en zonas inundables donde ya estaban? ¿continuaremos cambiando las zonas inundables naturales por zonas inundables en el centro de los pueblos que fueron origen de toda la diáspora posterior? ¿levantaremos muros creyéndonos dioses frente a un clima cada vez más extremo?

De todo este terror me quedo con las personas que ayudan a paliar el sufrimiento de otras. De respuestas desconocidas en estos momentos que tanto suponen. De ayudas sin flashes y de conexión verdadera entre personas. En el interior de cada una de ellas, afectadas, anonadadas y cansadas, quiero creer que se encenderá una luz de resistencia. En estos momentos el Mar Menor, profundamente dañado antes de la riada, también lucha por sobrevivir. No deberíamos contentarnos sabiendo que existen los héroes conviviendo entre nosotros, y que cualquiera puede serlo de no resignarse, porque no debería ser necesario sufrir situaciones reiteradas.

Los lugares y paisajes de mi vida, son arrasados y es duro ver que los que los sustituyen son papel mojado.

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