París – La Manga

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El metro de París es un lugar de conocimiento e interrelación infinito. Agosto es magnífico para conocer la ciudad en transporte público. Conocerla de verdad entre sus gentes, fuera de programa, agencias de viajes y grupos de amigos, en libertad, con ánimo explorador, sin miedo y con la ilusión de descubrir lugares y personas. Vivir el París multicultural, pero a la vez profundamente francés, es una experiencia única.

¿Qué tiene esto que ver con nuestra zona, nuestro lugar del mundo? Tiene que ver que ver con que La Manga es mundialmente conocida y, en el caso que me ocupa, gracias a ella se conoce la Región de Murcia. También, al menos para mí, París y su transporte público, sus terrazas, sus distritos, callejuelas y artistas, me recordaban profundamente el mestizaje sin corsé que había en La Manga de mi origen hace años ya. Y, por último, tiene que ver también con los atardeceres del Mar Menor.

En uno de nuestros experimentos diarios por el metro parisino desde Porte de Choisy a Gare du Nord, cruzando casi de sur a norte París con el objetivo de trasbordar a autobús para llegar al Parque Astérix, nos quedamos compuestos y sin transporte a pie de la estación. Allí, dos chicos y una chica altos, de piel sin sol, educados y sonrientes, nos miraban con cara de decirnos: “¡Por Tutatis; nos pasa lo mismo! Como las personas sordas no conocemos la barrera idiomática ya que la incomunicación oral nos sucede hasta con el nuestro, contactamos directamente con signos y gestos.

En estas, el chico mayor comenzó a chapurrear español, su hermana francés y el tercer hermano inglés, de manera que aquello fue un Babel tan eficaz que conseguimos transporte compartido para llegar a nuestro objetivo común. Pasamos un día inolvidable junto a Samuel, Amélie y David, recién llegados de Canadá. Volvimos a París en un mix de autobús, tren de cercanías y metro, conversando en todos los idiomas compartidos e incorporando personas de diferente procedencia que volvían en transporte público a la ciudad y se contagiaban del milagro de la comunicación desde el corazón. Aprendimos de hockey, de sus costumbres, sus horarios académicos, de su familia, de su vida en la nieve. Y cuando hablamos de nuestro origen, solo reconocieron la Región de Murcia con una sonrisa luminosa cuando dijimos: La Manga, junto al Mediterráneo.

No puedo narrar aquí un viaje épico, pero sí puedo pincelar otro momento en el que recordé mi mar. Anochecía sobre el Sena desde el Pont du Chance, mientras cruzábamos al Barrio Latino para explorar la noche. Notre Dame estaba a escasos metros y volvíamos dando un rodeo desde Tullerías. Un río anaranjado nos llamaba perfilado a lo lejos con la Torre Eiffel, mientras los ferris cruzaban bajo Pont Neuf iluminado. Esa despedida intimista del sol de estío sobre el agua me transportó a mi atardecer en el Mar Menor.

Dejamos París rumbo a la exploración del sorprendente Nantes. Pero en realidad París no se deja nunca. Cuando el tren abandonaba la estación pasaban ante mí Samuel, Amélie y David, los alegres chicos parisinos con la equipación del Atleti, del bello camarero de Montparnasse que signada en francés buscando signos universales, el prodigioso microcosmos de Sacré-Coeur y el cercano Mouling Rouge como contraste, sus pinacotecas, sus terrazas, el Sena anaranjado rodeado de personas alegres, historia y luz. París-La Manga, un viaje de paraíso a paraíso.