Los Belones, 1500 pies

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Parece que el cielo silba, que algo se desliza entre las nubes en un nuevo día en la Manga. Hace años, muchos quizás, que dejó esta tierra que durante cinco intensos años fue su casa, su escuela de la vida; en una tierra donde padres, hermanos y amigos se transformaron, sin pedirlo y de la noche a la mañana, en jefes, instructores y compañeros. De todos se aprende.

Sale al patio y eleva la mirada, cuatro aviones pasan no muy lejos virando en ascenso hacia el cielo azul, siguiendo tres de ellos las evoluciones del primero. Parece fácil, de una perfección milimétrica, dejando en estelas la huella de la virtuosidad, de la excelencia y de la magia. Y de la ilusión de muchos niños que como él asisten emocionados preguntándose cuándo será su turno.

Está el inconformista, al que se le pegan las sábanas y no entiende ni comprende; ni ganas tiene de saber el por qué del vuelo. Y el indiferente, que corrió mientras otros dormían para ocupar la primera fila en la playa y que sabe que mañana volverán, que llegarán por la misma senda porque ayer también lo hicieron. Y el curioso, su primera vez, que alza la vista y deja la mirada absorta sin saber qué decir porque nunca antes los había visto tan cerca.

Y el nostálgico, el pobre que se imagina atado en aquella angosta cabina, fijando la mirada sobre el líder de la formación; un suave movimiento en la palanca de gases para ajustar el ligero ascenso y dibujar ese medio tonel, con el sudor del esfuerzo que empaña la visera del casco recordándole que nada es sencillo. Con el morro ya cayendo, la tierra asoma en el horizonte y la silueta de La Manga se va haciendo cada vez más grande. Continúa el viraje como siguiendo las notas de una música que no existe, pero que siente como parte de la misma formación. Eleva de nuevo la mirada para alcanzar el siguiente punto de navegación en su vuelo, el que le llevará para la toma final…Recuerda bien aquel punto que ahora vive desde otra perspectiva, un punto que, se decían, algún día habría que visitar; un lugar que bien conocen desde el aire los miles de aviadores de la Cruz de San Andrés que hicieron de la Manga su particular vida.

Los cuatro aviones lo alcanzaban siempre volando unidos por una fuerza moral difícil de explicar. El primero cantaba por la radio, «Torre San Javier, formación Mirlo 51 Los Belones 1500», la llamada de rigor que ha quedado grabada a fuego y que recuerda de manera sistemática cada vez que escucha aquel particular ruido que muchos no comprenden, pero que a tantos otros nos dio la vida.

 Teniente coronel del Ejército del Aire García-Arroba.